Juan Antonio Aguilera Mochón. Granada Laica. 20-5-2013
El 18 de mayo se celebró en Granada la llamada “Magna
Mariana”, multitudinario festival religioso en el que se juntaron 33 ‘Vírgenes’, todas ellas consideradas “madres de
Jesucristo”, pero con diversos nombres: de las Angustias, de la Victoria, de la
Antigua, etc.
¿Qué
significados tiene este acontecimiento, qué representan esas ‘Vírgenes’? Aquí
quiero sólo ofrecer algunas pistas.
Lo más
llamativo y chocante es que, siendo representaciones de la misma mujer, no sólo
reciban nombres diferentes, sino que popularmente se consideren, de hecho, como
“personas” distintas. Los devotos de la Macarena la ven como una mujer
diferente, y más guapa, que la Esperanza de Triana, mientras que para los
rocieros no hay comparación con la suya… No hace falta insistir en el sinsentido
de estas percepciones, y no han faltado quienes señalen la raíz pagana de estas
adoraciones, teóricamente rechazadas
por la Iglesia católica, que sólo reconoce para la Virgen la veneración
conocida como “hiperdulía” (la “dulía” corresponde a los santos), pero que, de
hecho, acepta y fomenta estas desmedidas manifestaciones marianas. De hecho, el fervor católico popular sería mucho menor
sin la mariolatría, pues conmueve a muchos la idea de una “madre” amorosa capaz
de protegerlos mediante la realización de milagros (resulta secundario que se
diga que quien realmente los ejecuta es Dios). Y el tener una “madre común”
constituye un elemento de cohesión formidable, que da cuenta del tribalismo mariano
que se observa a distintos niveles (desde las ‘Vírgenes’ más o menos locales,
hasta ‘la Virgen’ común).
En segundo
lugar, hay que resaltar el que de esta especie de “diosa-madre” lo más relevante
–reflejado en el nombre– no es que sea madre, sino que además sea ‘virgen’. Es
un doble carácter imposible, absurdo, pero que, sorprendentemente, no sólo
resulta creíble, sino que la contradicción precisamente se toma como manifestación
de un poder divino. No entraré aquí en el carácter poco original de esta
consideración, habida cuenta de los bien conocidos antecedentes paganos. Lo que
quiero enfatizar es la potencia alienadora de ese mito. La Virgen se ofrece
como modelo ideal, inalcanzable, de mujer. No se pretende con este modelo que
todas las mujeres católicas (ni siquiera la mayoría) sean toda su vida vírgenes
“de verdad”. Lo que se pretende que se imite es lo esencial y posible: además
de la virginidad extramarital, el abandono del deseo sexual incluso en el
matrimonio, y la sumisión. La consecución de ese objetivo la hemos vivido en
España especialmente durante el franquismo: mujeres aún vivas, pero sobre todo
madres, tías, abuelas… de los españoles actuales sufrieron una represión sexual
atroz… a la vez (lógicamente, aunque con una lógica lamentable) que eran las
mayores devotas de las Vírgenes. Esa represión fue brutal: la mujer que gozaba
del sexo más de la cuenta (una cuenta paupérrima) era considerada ni más ni
menos que una puta: en primer lugar, por sus propios maridos. Pero también por
el resto de mujeres, y por esos espantosos seres granhermanianos: los curas confesores.
Creo que es
hora, por eso, de desenmascarar la mariolatría, desvelando el carácter
alienante, deshumanizante, y profundamente antifemenino, de la Virgen, de las
Vírgenes. No sólo han servido para dañar la integridad sexual de las mujeres,
también han perjudicado subsidiariamente a los hombres, y a las relaciones
entre unas y otros. La mariolatría ha sido un arma eficaz y nada inocente en
beneficio del machismo. Para ese desemascaramiento, no está mal comenzar por
decir en voz alta lo que casi todos sabemos: que la virginidad de la Virgen es
falsa. Afirmar esa virginidad como hecho real supone contradecir a la ciencia y
a la razón de una manera radical. Como ocurre, por cierto, con la afirmación de
la resurrección de Jesús, de la transubstaciación eucarística, y del resto de
milagros.
No hace
falta que diga que, evidentemente, cualquiera tiene derecho a creer (y a no
creer) en las Vírgenes o en lo que quiera o pueda, y a manifestar estas
creencias, y a asociarse en torno a ellas… Y el Estado debe proteger estos
derechos. Lo que no debe el Estado es sostener, promover, favorecer… a creencia
particular alguna, como ocurre en España, de manera desaforada, con las
creencias católicas, y de hecho ha ocurrido con la Magna Mariana: a través del
apoyo económico del Ayuntamiento y la Diputación de Granada, y de la presencia
de autoridades civiles y militares en actos estrictamente religiosos. Pero lo
peor, lo que me parece más intolerable por abusivo, es que se adoctrine a los
niños en creencias no sólo falsas, sino perjudiciales para su desarrollo. Y es
inadmisible que eso se haga incluso en la escuela pública: en la asignatura de
religión, ahora tan reforzada.
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